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Covid 19: ¿Bienvenido Siglo XXI?

Por Pablo Orcinoli, director de Prolugus – publicación original en Cronista el 8 de abril de 2020

Cuando en su célebre “Historia del Siglo XX” Eric Hobsbawn planteaba el final del siglo que calificó por su duración como corto – desde la Primera Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín; la extensión exacta de la experiencia soviética, por supuesto surgieron opositores. Mientas Francis Fukuyama planteaba “El fin de la Historia” y el triunfo in aeternum del Liberalismo, Samuel P. Huntington anunciaba el choque de civilizaciones que, caracterizando por una sobreabundancia de sentidos únicos en las personas en cuanto a aspectos culturales, religiosos y hasta lingüísticos, marcarían el comienzo de lo que venía. Ahora bien, ¿Cuándo comenzó el siglo XXI? ¿Qué es lo que hace que sea tan complejo periodizarlo cuando en verdad ha habido acontecimientos relevantes de sobra como para señalar su comienzo? ¿Fue luego de la caída de URSS y de lo que representó como “final de las utopías”; fue a partir de los acontecimientos de septiembre de 2001, y la guerra contra el terror que le sobrevino; desde la crisis económica de 2008; o  la epidemia de H1N1; o fue la irrupción de la vida digital, la omnipresencia de la inteligencia artificial? O bien, ¿Debemos pensar que  ya tuvimos muchos siglos XXI? ¿Será que dada la aceleración de los tiempos su periodización se hace muy dificultosa y esa condición sea la distintiva de este siglo que vivimos? Puestos a agregar sucesos genitores de nuestro siglo, también podríamos considerar la irrupción   generada por la llegada del Covid – 19, cuyos alcances son incontrolables y desconocidos al momento de iniciar esta columna.

Si bien el ataque a las torres gemelas y al corazón del poder global fue un hecho que, por su magnitud y espectacularidad*, tuvo un valor simbólico enorme y concentró la atención de la opinión pública por mucho tiempo, no revistió cambios geopolíticos significativos ni tampoco el mundo se detuvo. Fue un golpe de knock out que derivó en “daños colaterales” en Asia y (en menor medida) en Europa, pero que no implicó parálisis. A diferencia de 2001, 2019/2020 no es un hecho, sino un proceso que obligó  al mundo a detenerse por completo ante un enemigo desconocido e invisible, generando una verdadera psicosis global. No se trata, la actual, tan solo de una crisis sanitaria, sino también económica, política, y psíquica ya que, desafiando la cultura de la felicidad en la que vivimos, viene a interpelarnos en tanto sujetos sociales. Pareciera que varios de los anteriores hechos se hacen carne en la actual emergencia global. Pero para que ello suceda, habrá que tener paciencia, ya que como dice Enzo Traverso “la historia siempre se escribe en presente”.  Si el siglo XX fue el de la violencia, las guerras totales, las revoluciones y las utopías desmoronadas, ¿Con qué procesos, hechos y experiencias será asociado el siglo que estamos transitando?

En relación al impacto de la pandemia, por lo pronto tenemos algunas pistas. A nivel político, la fragmentación toma la delantera materializándose a partir de la voluntad de aislar pueblos enteros en nuestro país, del cierre de fronteras en Europa, las disputas de Bolsonaro con João Doria, gobernador de San Pablo, y de Trump con Andrew Cuomo, gobernador de de Nueva York. Esta reacción recuerda al «estado de naturaleza» hobbesiano y, a su vez, abre serios interrogantes sobre los estilos de liderazgo y la ascendencia derivada de quienes gobiernan. Ahora bien, ¿A qué responde ello? Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de una “soberanía a la antigua”, dice Byung Chul Han, para quien hoy en verdad “es soberano quien dispone de datos” o lo que es lo mismo, una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital derribando cualquier instancia de esfera privada, tal como acontece en China.

Pero paralelamente, la aparición de un enemigo, y sobre todo de uno que no conocemos y por ende no controlamos, es una magnífica oportunidad para dotar de poder a los gobiernos, que ayuda a legitimar fracasos ante un fenómeno que los excede, de unir (si se quiere efímeramente) a la población conmocionada. Tal es así que en la sociedad de la (des) información y de las emociones, donde prevalecen los trascendidos, los grupos de WhatsApp donde todos tienen primicias,  las fake news, gobernar con un enemigo facilita las cosas. La irrupción del Covid-19, con la categórica promoción de la digitalización, dotó de sentido a la sociedad de la positividad y golpea donde más duele barriendo con nuestros usos y costumbres. Vale la pena escuchar a una anciana italiana entrevistada en televisión en días pasados: «Tal vez estábamos demasiado bien: con los supermercados llenos de comida, nos habíamos convertido en ricos, ricos también de tiempo, porque se trabaja menos. Ricos de viajes. ¡Y piense cuán frágiles somos que un virus nos puso a todos de rodillas, es algo increíble!” concluye casi como interpelando la cultura que transitamos y poniendo de manifiesto que nuestra sociedad exige cuerpos económicamente rentables, pero políticamente dóciles. El miedo (real e inducido) y el encierro quizá nos lleven a valorar “aquellas pequeñas cosas”, como decía Joan Manuel Serrat, que por lo general damos por sentadas hasta que nos faltan.

De modo que como sujetos empoderados que somos podemos elegir entre preguntarnos por qué vino el Covid-19 a  importunar nuestro estilo de vida; o bien podemos intentar trascender nuestro YO y preguntarnos para qué vino. Por supuesto que aún no hay respuestas ni prospectivas, pero sí quizá la actual emergencia acude con algún metamensaje: ¿Será para invertir las prioridades de la agenda pública? ¿O en vistas de alterar  nuestra escala de valoraciones en tanto sujetos sociales? ¿O para facilitar exiliarnos y frenar (nos da tanto miedo detenernos…)? Incluso quizá estamos en los albores de un orden mundial que no será el mismo. Seguramente habrá muchas versiones sobre lo que acontecerá y sus consecuencias, y variados procesos y experiencias con los que será identificada la Pandemia. Pero ello pasará más adelante, porque como ya se dijo “la historia se escribe en presente”.

En el sentido que fue el primer episodio de tamaña magnitud transmitido en vivo y en directo tanto por medios oficiales como por personas.

Consumidores: cuando la emoción entra en escena

Por Pablo Orcinoli, Director de Prolugus

Publicada originalmente en Cronista en 20 de julio de 2020

el 20 de julio de 2020

Cuando Jim Morrison sugirió The Doors como nombre para identificar a su banda no estaba imaginando cualquier tipo de puerta, sino aquellas que encubren lo que queda reservado al pensamiento consciente. Eran tiempos en los que el hombre buscaba por sus propios medios abrirse camino hacia la experimentación. A su vez, si el fin del siglo XX representó el final de las utopías*, el comienzo del milenio favoreció el desarrollo de un nuevo mundo con ciertas características de exponencialidad que, sostenido en el paradigma digital, se tiende a conceptualizar como VICA– por su volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Pero también se trata de un contexto que, apalancado en la ciencia de datos que permite personalizar y segmentar mensajes, productos y servicios, aumenta los niveles de fragmentación social y promueve el individualismo más acérrimo. ¿Surge del nuevo mundo un nuevo hombre? Por lo pronto, si bien las redes son un espacio para los movimientos sociales con fines específicos y comunidades con intereses genuinos, en la sociedad digital de la autocomplacencia todo estímulo con fines comerciales o políticos fomenta la satisfacción inmediata de un ser humano que entra en un juego de adhesiones y oposiciones cuya lógica, contrariamente al discurso imperante, pareciera estar más asociada a la fragmentación que a la inclusión.

Vale recordar que hasta no hace mucho tiempo las democracias estaban sostenidas sobre un ciudadano que se interesaba por los asuntos públicos, y hoy eso ya no existe: al hombre, cuya opinión está filtrada por burbujas informativas intencionalmente diseñadas, le importa sólo su metro cuadrado, no otra cosa. La síntesis del mundo corporativo y político tiene que ver con el diseño de su producto a medida: el individuo. Mientras en el primero la irrupción de la digita (liza) ción vino complejizar, pero al mismo tiempo eficientizar toda política comercial, comunicacional y de marketing, cuya nueva meca es la centralidad en el cliente, en el plano electoral o de campañas políticas acontece otro tanto, pero con foco en el votante. Se trata de dos caras de un mismo producto. Dicho esto, ¿Qué patrones guían el paradigma actual? ¿Qué rol cumplen las emociones? ¿Es el hombre actual un sujeto soberano o, al menos, menos soberano que tiempo atrás?

La centralidad en el cliente

En el caso de las empresas, el propósito tiene que ver con presentar nuevos objetos de deseo, cargados de promesas de valor simbólico. Hoy no consumimos cosas, sino emociones (experiencias). Mientras las primeras son finitas, las emociones son infinitas.

El viaje del cliente, la voz del cliente y diseño de experiencias, entre otros, son procesos que no sólo rastrean huellas para entender profundamente nuestro comportamiento, sino que se proponen involucrar al hombre (por ejemplo) en el diseño de productos y servicios, empoderándolo y dotándolo de mayores niveles de protagonismo.  Ya en Lovemarks, Kevin Roberts, solía resaltar la necesidad de generar una lealtad más allá de la razón con los clientes**. Sólo que en aquel momento no se disponía de la cantidad de información útil sobre las personas, para adecuar, readecuar, segmentar y descartar datos valiosos. Apelando a la emoción como variable de ajuste, la centralidad en el cliente implica la necesidad de entablar un match entre la identidad y propósito de las organizaciones con las percepciones de un target que ya conocen, incluso más de lo que él se conoce a sí mismo.

El votante fragmentado

Lo que acontece a nivel empresarial tiene un correlato en el plano social que saben aprovechar los políticos. El proceso de empatía, de match entre éste y el ciudadano gira en torno a la cotidianeidad de este último; recordemos que el hombre se ha empoderado, se ha hecho protagonista, y le dan “anabólicos” para que así lo crea y diseñe, en consecuencia, SU realidad: a medida, on demand, customizada. La creciente personalización implica que cuando el súper ciudadano elige, en verdad se elige a sí mismo. Para él, la opinión pública está representada en su yo, identificándose con aquello con lo que acuerda y descartando el resto. Su realidad (fragmentada) deriva, entre otros factores, de burbujas informativas que vienen a satisfacer necesidades cortoplacistas y a confirmar la imagen mental de cada individuo en su contexto cercano. Es que tal como menciona Jamie Bartlet en People vs. Tech, «si cada quien recibe un mensaje personalizado, no hay debate público común: sólo millones de debates privados”. Dicho de otro modo, nos muestran lo que nos gusta y, si bien el individuo tiene la posibilidad de ver y creer lo que quiere, hay un condicionamiento estructural que direcciona sus percepciones.

Con la digitalización, la construcción de la opinión pública que ya venía desgastada desde el arribo de los medios masivos, no pareciera estar más vinculada con un proceso deliberativo enmarcado en verdaderas causas, sino más bien con fenómenos de contagio y con lazos que favorecen la fragmentación y las identificaciones (y no inclusión, ya que sólo hay lazos) Cuando nos muestran una realidad tan acorde a nuestras creencias, típicamente hay un fortalecimiento del Yo anulando el pensamiento o creencia del prójimo.

El foco en el votante y no en la causa o propósito político anula la posibilidad de construcción colectiva y la lógica del debate y acuerdo. De modo que si hoy el pueblo es en verdad ahora cada uno identificándose y oponiéndose a causas diversas, y si la producción de sentido es social, ¿Cómo se produce sentido hoy? Si cada sujeto recibe un mensaje on demand, ¿Dónde queda lo político entendido como visión común / compartida? Hoy por hoy y con fines de predicción, la ciencia de datos es el pilar para explotar las emociones y penetrar en ese inconsciente reservado tiempo atrás a cada individuo.

La cultura del match

Así como no son las marcas las definen el sentido de sus productos (sólo lo proponen), sino que es el consumidor quien la interpreta y la dota de sentido (match), otro tanto acontece en la arena social. Con el cliente (votante) en el centro, el nuevo paradigma ya no tiene que ver con situarse en los Por qué, si no en QUÉ hacer para que determinados fenómenos políticos y sociales ocurran.

En la emergenteeconomía de las emociones, desde donde se opera sobre el inconsciente de las personas, pareciera que el panóptico disciplinario evolucionó a panóptico digital, desde donde se condicionan las percepciones del hombre. Lo curioso es que, a pesar de conocer acerca de la mencionada observación permanente, esto no pareciera ser un factor de malestar o cuidado. Todo lo contrario, es el propio ser humano el que contribuye para que este fenómeno ocurra y se expanda desnudándose y exponiéndose. “En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”, dice Byung Chul Han en Psicopolítica.  En contraste con el utópico propósito de Jim Morrison, en el juego actual, mientras las emociones son la llave, las percepciones son la puerta de entrada para hacer del ser humano un producto mensurable, cuantificable y previsible.

*Pues tal como menciona Enzo Traverso, ese ese fue en líneas generales el mensaje recogido de la caída del muro de Berlín y la URSS

**Para tal fin, sería clave trabajar sobre dos aspectos clave: amor y respeto”.

¿Acuerdo en la era de la fragmentación?

Por Pablo Orcinoli para El Economista. “Siento, luego existo”, afirmaba Germán Daffunchio, líder de Las Pelotas, antes que lo digital irrumpiera drásticamente para modificar costumbres y patrones de comportamiento. Sin imaginárselo, aquel enroque de palabras, que pretende aggiornar el planteamiento original que René Descartes hizo para describir el racionalismo occidental en el Siglo XVII, podría entenderse como una correcta apreciación de este momento histórico. La velocidad de la digitalización, sustentada en su eficiencia panóptica, permite interpretar, desnudar al sujeto y convertirlo en producto.
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Digitalización y el Empleo ¿Sólo para entendidos?

Por Pablo Orcinoli para Cronista. La irrupción de la automatización, la inteligencia artificial y la robótica empuja a  las organizaciones a ser más competitivas, derivando en mercados laborales que reconfigurarán su demanda hacia formas que escapan a las tradicionales y trabajos que aún no han sido creados. Esto, en un contexto local donde el desempleo casi toca los dos dígitos y donde la desocupación en los jóvenes triplica a la tasa general.  ¿Cuál es el impacto en los más vulnerables? ¿Qué patrones guían el nuevo mundo laboral?  ¿Individualismo, colaboratividad, inclusión o  exclusión?

Pymes: construir reputación con anclaje en el propósito

Por Pablo Orcinoli para El Economista. Alcanzar una visión sistémica y congruente de la comunicación es condición sine qua non para diferenciarse. Esto tiene que ver con lograr una correlación entre el decir y el hacer, un alineamiento entre la comunicación interna y externa, y un enfoque que resalte el propósito de la organización: es decir, desde adentro hacia afuera.
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La grieta digital: Inclusión o fragmentación

Por Pablo Orcinoli para Alzas y Bajas. La creciente digita (liza) ción de la vida permite generar discursos a gusto de un consumidor que se fragmenta en una suerte de carrera de adhesiones y oposiciones. En un mundo en donde las emociones prevalecen, entender las partes en detrimento del todo parece ser la tendencia. ¿Qué consecuencias tiene esto para el arribo a consensos o síntesis? ¿Quién o qué produce sentido? ¿Qué lugar ocupa en sujeto hoy? ¿Estamos en la era de la inclusión o de la fragmentación?

Mujeres en Tecnología

Por Laura Ponasso para Revista Contact Centers. Estereotipos y mitos, dificultades para conciliar la vida familiar y laboral,discriminación, baja promoción de las oportunidades y escasos referentes femeninos son factores que hacen que pocas mujeres se interesen por el mundo de la tecnología, un sector de pleno empleo, en crecimiento y que requiere profesionales capacitados y diversidad para alentar la innovación. Las estadísticas disparan la alarma y los sectores público y privado, de la mano de ONGs, trabajan para garantizar su inclusión.