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Qué es el efecto Dunning-Kruger y cómo se relaciona con la «feliciología» en el trabajo

 

Por Patricio Navarro Pizzurno, especial para Forbes

Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de “feliciología o la “Ciencia de Ser Feliz” en el trabajo. Como todo concepto que goza de cierta moda, encontramos sincrónicamente algunos autores, teóricos y líderes que lo abordan en profundidad y cabalmente, y algunos otros que quizás lo hacen con cierto apresuramiento y liviandad.

En el siempre amplio espectro de opiniones que ofrece internet, nos podemos llegar a topar con algunas declaraciones como mínimo temerarias al respecto, del tipo “todos somos felices” o “ya sos feliz pero no te has dado cuenta”.

Por supuesto, declaraciones de tal calibre son extremas y minoritarias, pero en ocasiones por esto mismo resultan ser también las más “ruidosas”, operando como encantadores de serpientes para desprevenidos gestores de la cultura organizacional (líderes, RRHH, consultores y asesores, etc.).

La consecuencia en este último caso es terminar en el fondo del cajón perdido de las buenas intenciones; lo que podría haber sido una interesante herramienta para el bienestar integral de las personas termina incluso generando el efecto contrario y no deseado.

Si bien nos encontramos ante un tópico de variadas aristas, con detractores y entusiastas, haremos foco en una de sus posibles consecuencias: el llamado Efecto Dunning ? Kruger (EDK).

Veremos como se relaciona con la gestión del talento y la “feliciología”, pero antes, ¿en qué consiste el EDK?

Básicamente, es la tendencia de ciertas personas a sobrevalorar sus capacidades para determinadas tareas, perdiendo de vista su incompetencia o baja performance ante las mismas. Esta falla de percepción tiene además una contraparte sistémica no menos importante; la tendencia en individuos altamente competentes a autopercibirse como poco capaces y preparados. En este artículo me enfocaré en el primer componente, y dejaremos (con un corte y separación algo artificial) el segundo elemento, fuertemente ligado al Síndrome del Impostor, para próxima oportunidad.

El EDK se encuadra dentro de los llamados sesgos cognitivos. Un sesgo cognitivo consiste, breve y básicamente, en la distorsión de la realidad a partir de la subinterpretación, sobreinterpretación o malinterpretación de la información disponible para realizar juicios lógicos, fundamentados y racionales.

El axioma principal de Justin Kruger y David Dunning es que la ignorancia genera confianza con más frecuencia que el conocimiento [sobre el tema]. Dentro de las características, destacamos tres. Las personas bajo el halo de este efecto:

  • -Tienden a sobrestimar su propia habilidad.
  • -Son incapaces de reconocer la habilidad de otros.
  • -Son incapaces de reconocer su insuficiencia y puntos de mejora.

La intolerancia a la frustración, el mandato “feliciólogo” y el EDK

Muchos hemos visto la conocida entrevista a Simon Sinek donde aborda la frustración en el mundo laboral de los jóvenes y ya no tanto. La entrevista en cuestión consta de unos años, pero no solo no ha perdido vigencia, sino que ha ampliado sus márgenes generacionales. Para aquellos que no la han visto, pueden fácilmente encontrarlo en YouTube.

Sinek básicamente delinea tres elementos que han dado forma a la tormenta perfectaEn resumen:

  • -El espíritu de los tiempos ha forjado la falsa idea de la satisfacción instantánea y la capacidad de obtener todo lo que uno desea en forma inmediata.
  • -Por ende, la capacidad de lidiar con la frustración y altos montos de stress está en ocasiones fuertemente atrofiada.
  • -Esta incapacidad es particularmente palpable en las relaciones interpersonales y en el desarrollo laboral / crecimiento profesional.

Es en este punto donde la llamada “feliciología” puede ser un factor de agravamiento y aceleramiento del golpazo inevitable que se darán contra el “muro” del fracaso laboral e incluso personal.

En otro artículo me referí a la toxicidad positiva. Sin ánimos de repetirme, complemento ahora con una definición de Edgar Cabanas, psicólogo español autor de HappycraciaNo es suficiente con no estar mal o estar bien, hay que estar lo mejor posible (?) La felicidad así es una meta en constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva. Y (?) nos hace estar muy ensimismados, muy controlados por nosotros mismos, en constante vigilancia. Eso aumenta la ansiedad y la depresión. Nos proponen ser atletas de alto rendimiento de nuestras emociones. Vigorexia emocional. En vez de generar seres satisfechos y completos genera happycondríacos”.

La happycracia y toxicidad positiva no serían de tanta relevancia sino fuera por el hecho que las propias organizaciones, como detallábamos en el artículo original, son a veces quienes lo promueven.

Si lo que buscamos es desarrollar el bienestar integral de los individuos en el ámbito profesional como uno de los elementos para la realización personal, enhorabuena. Será un trabajo sostenido y altamente complejo, pero igualmente gratificante, para líderes y RRHH.

Si, por el contrario, caemos en un “mandato feliciólogo” vacuo y facilistahemos generado una receta para el sufrimiento. Tenemos en una mano una baja capacidad de tolerancia a la frustración y en la otra un mandato de felicidad y vigorexia emocional.

Algunos “condimentos” de la receta antedicha

  • -Las acciones cosméticas y poco integradas a la realidad del día a día, en pos de este mandato. De nada sirve una hora diaria de yoga en el trabajo si no cuidamos a la persona en las 8 horas. restantes.
  • -Las promesas de crecimiento por la vía rápida, sustentadas en una estrategia de marca empleadora cortoplacista. En pocas palabras; la atracción de candidatos target que luego son librados a su suerte una vez incorporados a la organización.
  • -Las rotaciones y ascensos “calesita”. Cargos y promociones donde el individuo es paseado por posiciones con títulos rimbombantes y de aparente crecimiento y desarrollo profesional, pero que no goza de una acompañamiento y formación real, aumentando su potencial de frustración.

El individuo poco entrenado en la capacidad de postergar la satisfacción y manejar la frustración, es arrojado a una vorágine de vertiginoso y aparente crecimiento profesional, en un contexto happycrático donde se espera de él felicidad, autorrealización, y por supuesto, alta performance ante la mirada del otro.

Esta derivación específica del “mandato feliciólogo” generará tres efectos.

-El EDK, en lo inmediato. ¿Quiénes de los que trabajamos en RRHH y/o liderando personas no hemos visto individuos con una rápida, profunda y (falsa) seguridad en sí mismos sobre temas en los cuales no tienen el expertise necesario? En el peor de los casos, acompañado de cierta soberbia, entitlement, desvalorización de aquellos que tienen la experiencia real e incapacidad para generar sinergia con sus equipos de trabajo. Si se espera tanto de mí y además debo disfrutarlo, ¿Cómo puedo mostrar desconocimiento, duda o ansiedad alguna?

-La frustración de aquellos que efectivamente poseen esta experiencia real, en segundo lugar.  Se topan con interlocutores nuevos pero obtusos, en lugar de la anhelada llegada de renovados aires y empujes al área, sector o empresa. ¡Ay de ti! si osas hacer notar esto; el “feliciólogo” de turno te acusará de reactivo y oposicionista.

-La inevitable aparición de la disonancia cognitiva del que ha caído en las garras del EDK, en tercer lugar. Haber(se) creído algo que la realidad se encargará de devolverlo con crudeza exactamente en el sentido contrario, más temprano que tarde. He visto infinidad de “víctimas” de estas políticas (encantados por los espejitos de colores de la seudo “feliciología”) y la gestión superficial del talento, frustrarse en forma estrepitosa y eventualmente abandonar el barco (del proyecto, o de la empresa). Acá, dicho sea de paso, es donde empiezan a rodar cabezas; la del reclutador que no seleccionó apropiadamente, la del líder que no supo desarrollar el diamante en bruto, la de la recepcionista que no saludó cariñosamente al ahora frustrado y potencial renunciante y así sucesivamente pasando por todos los estratos de la organización.                

En este punto, y una vez más, no hay que matar al mensajero.

Los datos hablan por sí solos de la responsabilidad de la empresa antes que del individuo. Por tomar un grupo etáreo, en la llamada “generación COVID”, efectivamente el 44% quiere asumir un nuevo cargo o desafío en 2 años, mientras que el 21% aspira a lograrlo en 1 año o menos ¡Excelentes indicadores de anhelo de crecimiento!

Pero a su vez, esta misma “generación COVID” considera que el aprendizaje y formación real es el principal y más importante aspecto para valorar en una empresa. Los líderes “antes de enfatizar los aspectos positivos (?) deben demostrar que entienden por lo que están pasando los empleados estresados o preocupados”.

Dos viejos aliados al rescate: el feedback sano y la frustración a tiempo

Sabemos que la frustración resulta ser en su justa medida y desde nuestra más tierna infancia una excelente herramienta para dos aspectos fundamentales de la vida. Por un lado, motor del anhelado aprendizaje de nuevas habilidades. Por el otro, contribuir en el desarrollo de la tolerancia a dicha frustración.

Como bien señala Jordan Peterson en su libro 12 reglas para vivir ? Un antídoto para el caos, la postergación de la “felicidad” inmediata y perecedera, el sacrificio -y el trabajo- resultan mucho más eficaces que el placer impulsivo a corto plazo para mantener a raya el sufrimiento. Retomando a Sinek, el crecimiento laboral resulta ser muchas veces un proceso “lento, detallado e inconfortable” en un camino “arduo, difícil.

No entraremos en este espacio en la importancia del feedback sano y constructivo; toneladas de papel y millones de terabytes se han escrito al respecto.

Simplemente, poner en relieve una vez más el gigantesco valor del feedback sin caer en el temor de atentar contra la happycraciaUna retroalimentación con intención correctiva oportuna posiblemente genere cierta frustración y malestar. Pero siempre es mejor una pequeña frustración a tiempo que nos permita margen de maniobra antes que una enorme frustración cuando ya es demasiado tarde. Por ejemplo, cuando el EDK ya dañó las relaciones con pares y líderes, e hizo que el aterrizaje de emergencia sea más bien un desastre aéreo antes que una leve sacudida.

La frustración a tiempo habilita, como dijimos, un margen para aprendizaje y por ende, un “recalculando” en nuestras acciones y expectativas. Obturar esta posibilidad real de introspección a través una batería de placebos “feliciólogos” que nos distraen de nuestro real vivenciar y sentir en el trabajo es uno de los peores pecados de la gestión actual de personas. El crecimiento y la auténtica felicidad no pasan por negar y “barrer bajo la alfombra” el conflicto, la angustia y el stress, sino más bien por hacerlos aflorar y tramitarlos conscientemente.

Mal momento para jugar con fuego o cómo cuidar de las personas ahora más que nunca

Los últimos dos años han sido particularmente ásperos para muchos de nosotros. No hace falta abrevar en los padecimientos, reacomodamientos profundos, cambios vertiginosos y pérdidas que hemos atravesado. También han dejado un sedimento positivo que ojalá sirva para capitalizar nuevas herramientas y resiliencia(s).

En este contexto, donde los indicadores de stress son grandilocuentes (crecimiento exponencial del consumo de psicofármacos, de los trastornos de ansiedad y depresión, family office como elemento de tensión, etc.) lo último que deberíamos promover es una cuasi maníaca “feliciología” irresponsable, donde el resultado final sea la postergación de cuestionamientos y pequeños dolores que luego como un boomerang regresen amplificados y ya inmanejables.

En definitiva, evitar promover el EDK y su frustración, alta rotación y desgaste de aquellos que lo sufren y de su entorno.

La gestión responsable y profunda de planes de carrera realizables, procesos de formación sustentables y de impacto y, sobre todo, el acompañamiento real de los colaboradores y líderes en el tránsito que estos tiempos requieren serán acciones no ya deseables sino imprescindibles.

Las expectativas de crecimiento laboral y profesional deben entonces ser acompasadas con este set de acciones concretas.

De lo contrario, caer en modas pasajeras, conceptos atractivos pero vacíos de contenido y estrategias de marca empleadora cortoplacistas pero carentes de sustentabilidad real será echar a nafta al fuego.

Talento: ¿qué partido quieren jugar las pymes?

Por Pablo Orcinoli, especial para Forbes.

La conversación sobre el talento en el ámbito empresarial es un campo de batalla dominado por las grandes empresas. Ellas tienen los recursos, el marketing y la capacidad de promover narrativas algo exageradas y cuestionables, tanto en su búsqueda como en su resultado. Con el objetivo de convertirse en los lugares elegibles de empleo por excelencia comunican una promesa de marca atractiva, donde se destacan factores como el bienestar y la calidad de vida. Sin embargo, ese relato convive con una realidad bien distinta. Es que el mercado del talento no está libre de tensiones. A pesar de las expectativas generadas, la realidad es que los niveles de toxicidad y el burnout van en aumento. Y esto no es un relato, es un dato. 

El estudio «Burnout 2024» de Bumeran reveló que el 91% de los trabajadores argentinos sufren de burnout, un nivel de agotamiento laboral que afecta tanto a los empleados como a los profesionales de recursos humanos. Este síndrome, caracterizado por el agotamiento físico, emocional y mental, se ha convertido en una realidad organizacional en la Argentina. El antecedente de la Gran Renuncia que ocurriera hace no mucho tiempo también lo demuestra de manera contundente.

A propósito del contrapunto en un mercado del talento dominado por las grandes empresas y las posibilidades de las pymes de competir y abrirse camino en ese mercado, el libro «Desconectados. Cuánto conocen las pymes al talento. Cuánto sabe el talento sobre las pymes» (*) plantea preguntas cruciales para las pequeñas y medianas empresas: ¿qué partido quieren jugar? ¿hasta qué punto pueden capitalizar las tensiones generadas por un relato desgastado?, ¿de qué manera pueden traccionar la conversación pública sobre el talento?, ¿qué narrativa pueden diseñar?, ¿con qué argumentos y con qué propuesta de valor pretenden seducir a los mejores? y, sobre todo, ¿hasta qué punto pueden ofrecer un contexto adecuado para que el talento trabaje y se desarrolle? En definitiva, qué cosas pueden hacer las pymes para lograr tener una voz protagónica y transformarse en lugares elegibles de empleo. 

El contexto actual de desregulación en la Argentina, donde la «pelota vuelve a la cancha de la empresa», hace que estos disparadores sean aún más relevantes. Y los empresarios pyme lo entienden así. Si bien son conscientes que la gestión del talento ya no es una cuestión de mero cumplimiento, sino una pieza central para la competitividad y el crecimiento, la desconexión entre ambos mundos es preocupante. 

Las universidades son el semillero del talento y es allí donde las empresas grandes van a reclutar. Lo hacen mediante búsquedas directas, convenios de pasantías o días de la empresa, entre otras modalidades. En dichos acuerdos institucionales, las empresas pyme conveniadas no llegan al 10% promedio. Teniendo en cuenta que el 98% de las empresas en nuestro país son pequeñas y medianas, el nivel de incidencia de estas en el lugar donde se debe reclutar es, por lo menos, poco significativo. Dicho de otro modo, no hay chance que el talento las conozca. Y esto se vuelve aún más preocupante al confirmar que el talento desconoce cuál es la oferta de empleo en las empresas pyme.

Si bien lo antedicho evidencia una fría relación entre dos mundos que se desconocen, pero se necesitan, las pymes tienen la capacidad y la necesidad de construir su propia propuesta de valor de manera diferenciada. No pueden ni deben competir con las grandes empresas en su propio terreno (salarios astronómicos, beneficios interminables). En un contexto donde el trabajo perdió relevancia – se pasó de «vivir para rendir» a «rendir para vivir» – la fortaleza de las pymes radica en aquellos factores culturales que las hace únicas: la cercanía con los núcleos de poder, el impacto del trabajo y el aprendizaje global del negocio, la agilidad y, sobre todo, el vínculo humano.

Entonces, la gran pregunta es si hay comunión entre lo que las pymes pueden ofrecer y los factores que el talento dice valorar. La buena noticia es que la respuesta es que SÍ, pero como «lo que no se comunica no existe» señala el axioma 1 de la teoría de la comunicación, hoy están fuera del radar. Las pymes necesitan tener una voz para patear el tablero, fuerte al medio.

La pelota está en su cancha. Y es el momento de que las pymes decidan qué partido quieren jugar. Si optan por la resignación y la invisibilidad, seguirán perdiendo talento. Pero si deciden abrazar sus fortalezas y construir un relato alternativo, tienen todo para competir.


*»Desconectados», de Pablo Oricinoli, será presentado el 20 de agosto en ESEADE a las 18.45. El evento contará con la participación del prologuista Pablo Barassi, director del MBA de esa institución.

Covid 19: ¿Bienvenido Siglo XXI?

Por Pablo Orcinoli, director de Prolugus – publicación original en Cronista el 8 de abril de 2020

Cuando en su célebre “Historia del Siglo XX” Eric Hobsbawn planteaba el final del siglo que calificó por su duración como corto – desde la Primera Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín; la extensión exacta de la experiencia soviética, por supuesto surgieron opositores. Mientas Francis Fukuyama planteaba “El fin de la Historia” y el triunfo in aeternum del Liberalismo, Samuel P. Huntington anunciaba el choque de civilizaciones que, caracterizando por una sobreabundancia de sentidos únicos en las personas en cuanto a aspectos culturales, religiosos y hasta lingüísticos, marcarían el comienzo de lo que venía. Ahora bien, ¿Cuándo comenzó el siglo XXI? ¿Qué es lo que hace que sea tan complejo periodizarlo cuando en verdad ha habido acontecimientos relevantes de sobra como para señalar su comienzo? ¿Fue luego de la caída de URSS y de lo que representó como “final de las utopías”; fue a partir de los acontecimientos de septiembre de 2001, y la guerra contra el terror que le sobrevino; desde la crisis económica de 2008; o  la epidemia de H1N1; o fue la irrupción de la vida digital, la omnipresencia de la inteligencia artificial? O bien, ¿Debemos pensar que  ya tuvimos muchos siglos XXI? ¿Será que dada la aceleración de los tiempos su periodización se hace muy dificultosa y esa condición sea la distintiva de este siglo que vivimos? Puestos a agregar sucesos genitores de nuestro siglo, también podríamos considerar la irrupción   generada por la llegada del Covid – 19, cuyos alcances son incontrolables y desconocidos al momento de iniciar esta columna.

Si bien el ataque a las torres gemelas y al corazón del poder global fue un hecho que, por su magnitud y espectacularidad*, tuvo un valor simbólico enorme y concentró la atención de la opinión pública por mucho tiempo, no revistió cambios geopolíticos significativos ni tampoco el mundo se detuvo. Fue un golpe de knock out que derivó en “daños colaterales” en Asia y (en menor medida) en Europa, pero que no implicó parálisis. A diferencia de 2001, 2019/2020 no es un hecho, sino un proceso que obligó  al mundo a detenerse por completo ante un enemigo desconocido e invisible, generando una verdadera psicosis global. No se trata, la actual, tan solo de una crisis sanitaria, sino también económica, política, y psíquica ya que, desafiando la cultura de la felicidad en la que vivimos, viene a interpelarnos en tanto sujetos sociales. Pareciera que varios de los anteriores hechos se hacen carne en la actual emergencia global. Pero para que ello suceda, habrá que tener paciencia, ya que como dice Enzo Traverso “la historia siempre se escribe en presente”.  Si el siglo XX fue el de la violencia, las guerras totales, las revoluciones y las utopías desmoronadas, ¿Con qué procesos, hechos y experiencias será asociado el siglo que estamos transitando?

En relación al impacto de la pandemia, por lo pronto tenemos algunas pistas. A nivel político, la fragmentación toma la delantera materializándose a partir de la voluntad de aislar pueblos enteros en nuestro país, del cierre de fronteras en Europa, las disputas de Bolsonaro con João Doria, gobernador de San Pablo, y de Trump con Andrew Cuomo, gobernador de de Nueva York. Esta reacción recuerda al «estado de naturaleza» hobbesiano y, a su vez, abre serios interrogantes sobre los estilos de liderazgo y la ascendencia derivada de quienes gobiernan. Ahora bien, ¿A qué responde ello? Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de una “soberanía a la antigua”, dice Byung Chul Han, para quien hoy en verdad “es soberano quien dispone de datos” o lo que es lo mismo, una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital derribando cualquier instancia de esfera privada, tal como acontece en China.

Pero paralelamente, la aparición de un enemigo, y sobre todo de uno que no conocemos y por ende no controlamos, es una magnífica oportunidad para dotar de poder a los gobiernos, que ayuda a legitimar fracasos ante un fenómeno que los excede, de unir (si se quiere efímeramente) a la población conmocionada. Tal es así que en la sociedad de la (des) información y de las emociones, donde prevalecen los trascendidos, los grupos de WhatsApp donde todos tienen primicias,  las fake news, gobernar con un enemigo facilita las cosas. La irrupción del Covid-19, con la categórica promoción de la digitalización, dotó de sentido a la sociedad de la positividad y golpea donde más duele barriendo con nuestros usos y costumbres. Vale la pena escuchar a una anciana italiana entrevistada en televisión en días pasados: «Tal vez estábamos demasiado bien: con los supermercados llenos de comida, nos habíamos convertido en ricos, ricos también de tiempo, porque se trabaja menos. Ricos de viajes. ¡Y piense cuán frágiles somos que un virus nos puso a todos de rodillas, es algo increíble!” concluye casi como interpelando la cultura que transitamos y poniendo de manifiesto que nuestra sociedad exige cuerpos económicamente rentables, pero políticamente dóciles. El miedo (real e inducido) y el encierro quizá nos lleven a valorar “aquellas pequeñas cosas”, como decía Joan Manuel Serrat, que por lo general damos por sentadas hasta que nos faltan.

De modo que como sujetos empoderados que somos podemos elegir entre preguntarnos por qué vino el Covid-19 a  importunar nuestro estilo de vida; o bien podemos intentar trascender nuestro YO y preguntarnos para qué vino. Por supuesto que aún no hay respuestas ni prospectivas, pero sí quizá la actual emergencia acude con algún metamensaje: ¿Será para invertir las prioridades de la agenda pública? ¿O en vistas de alterar  nuestra escala de valoraciones en tanto sujetos sociales? ¿O para facilitar exiliarnos y frenar (nos da tanto miedo detenernos…)? Incluso quizá estamos en los albores de un orden mundial que no será el mismo. Seguramente habrá muchas versiones sobre lo que acontecerá y sus consecuencias, y variados procesos y experiencias con los que será identificada la Pandemia. Pero ello pasará más adelante, porque como ya se dijo “la historia se escribe en presente”.

En el sentido que fue el primer episodio de tamaña magnitud transmitido en vivo y en directo tanto por medios oficiales como por personas.

Consumidores: cuando la emoción entra en escena

Por Pablo Orcinoli, Director de Prolugus

Publicada originalmente en Cronista en 20 de julio de 2020

el 20 de julio de 2020

Cuando Jim Morrison sugirió The Doors como nombre para identificar a su banda no estaba imaginando cualquier tipo de puerta, sino aquellas que encubren lo que queda reservado al pensamiento consciente. Eran tiempos en los que el hombre buscaba por sus propios medios abrirse camino hacia la experimentación. A su vez, si el fin del siglo XX representó el final de las utopías*, el comienzo del milenio favoreció el desarrollo de un nuevo mundo con ciertas características de exponencialidad que, sostenido en el paradigma digital, se tiende a conceptualizar como VICA– por su volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Pero también se trata de un contexto que, apalancado en la ciencia de datos que permite personalizar y segmentar mensajes, productos y servicios, aumenta los niveles de fragmentación social y promueve el individualismo más acérrimo. ¿Surge del nuevo mundo un nuevo hombre? Por lo pronto, si bien las redes son un espacio para los movimientos sociales con fines específicos y comunidades con intereses genuinos, en la sociedad digital de la autocomplacencia todo estímulo con fines comerciales o políticos fomenta la satisfacción inmediata de un ser humano que entra en un juego de adhesiones y oposiciones cuya lógica, contrariamente al discurso imperante, pareciera estar más asociada a la fragmentación que a la inclusión.

Vale recordar que hasta no hace mucho tiempo las democracias estaban sostenidas sobre un ciudadano que se interesaba por los asuntos públicos, y hoy eso ya no existe: al hombre, cuya opinión está filtrada por burbujas informativas intencionalmente diseñadas, le importa sólo su metro cuadrado, no otra cosa. La síntesis del mundo corporativo y político tiene que ver con el diseño de su producto a medida: el individuo. Mientras en el primero la irrupción de la digita (liza) ción vino complejizar, pero al mismo tiempo eficientizar toda política comercial, comunicacional y de marketing, cuya nueva meca es la centralidad en el cliente, en el plano electoral o de campañas políticas acontece otro tanto, pero con foco en el votante. Se trata de dos caras de un mismo producto. Dicho esto, ¿Qué patrones guían el paradigma actual? ¿Qué rol cumplen las emociones? ¿Es el hombre actual un sujeto soberano o, al menos, menos soberano que tiempo atrás?

La centralidad en el cliente

En el caso de las empresas, el propósito tiene que ver con presentar nuevos objetos de deseo, cargados de promesas de valor simbólico. Hoy no consumimos cosas, sino emociones (experiencias). Mientras las primeras son finitas, las emociones son infinitas.

El viaje del cliente, la voz del cliente y diseño de experiencias, entre otros, son procesos que no sólo rastrean huellas para entender profundamente nuestro comportamiento, sino que se proponen involucrar al hombre (por ejemplo) en el diseño de productos y servicios, empoderándolo y dotándolo de mayores niveles de protagonismo.  Ya en Lovemarks, Kevin Roberts, solía resaltar la necesidad de generar una lealtad más allá de la razón con los clientes**. Sólo que en aquel momento no se disponía de la cantidad de información útil sobre las personas, para adecuar, readecuar, segmentar y descartar datos valiosos. Apelando a la emoción como variable de ajuste, la centralidad en el cliente implica la necesidad de entablar un match entre la identidad y propósito de las organizaciones con las percepciones de un target que ya conocen, incluso más de lo que él se conoce a sí mismo.

El votante fragmentado

Lo que acontece a nivel empresarial tiene un correlato en el plano social que saben aprovechar los políticos. El proceso de empatía, de match entre éste y el ciudadano gira en torno a la cotidianeidad de este último; recordemos que el hombre se ha empoderado, se ha hecho protagonista, y le dan “anabólicos” para que así lo crea y diseñe, en consecuencia, SU realidad: a medida, on demand, customizada. La creciente personalización implica que cuando el súper ciudadano elige, en verdad se elige a sí mismo. Para él, la opinión pública está representada en su yo, identificándose con aquello con lo que acuerda y descartando el resto. Su realidad (fragmentada) deriva, entre otros factores, de burbujas informativas que vienen a satisfacer necesidades cortoplacistas y a confirmar la imagen mental de cada individuo en su contexto cercano. Es que tal como menciona Jamie Bartlet en People vs. Tech, «si cada quien recibe un mensaje personalizado, no hay debate público común: sólo millones de debates privados”. Dicho de otro modo, nos muestran lo que nos gusta y, si bien el individuo tiene la posibilidad de ver y creer lo que quiere, hay un condicionamiento estructural que direcciona sus percepciones.

Con la digitalización, la construcción de la opinión pública que ya venía desgastada desde el arribo de los medios masivos, no pareciera estar más vinculada con un proceso deliberativo enmarcado en verdaderas causas, sino más bien con fenómenos de contagio y con lazos que favorecen la fragmentación y las identificaciones (y no inclusión, ya que sólo hay lazos) Cuando nos muestran una realidad tan acorde a nuestras creencias, típicamente hay un fortalecimiento del Yo anulando el pensamiento o creencia del prójimo.

El foco en el votante y no en la causa o propósito político anula la posibilidad de construcción colectiva y la lógica del debate y acuerdo. De modo que si hoy el pueblo es en verdad ahora cada uno identificándose y oponiéndose a causas diversas, y si la producción de sentido es social, ¿Cómo se produce sentido hoy? Si cada sujeto recibe un mensaje on demand, ¿Dónde queda lo político entendido como visión común / compartida? Hoy por hoy y con fines de predicción, la ciencia de datos es el pilar para explotar las emociones y penetrar en ese inconsciente reservado tiempo atrás a cada individuo.

La cultura del match

Así como no son las marcas las definen el sentido de sus productos (sólo lo proponen), sino que es el consumidor quien la interpreta y la dota de sentido (match), otro tanto acontece en la arena social. Con el cliente (votante) en el centro, el nuevo paradigma ya no tiene que ver con situarse en los Por qué, si no en QUÉ hacer para que determinados fenómenos políticos y sociales ocurran.

En la emergenteeconomía de las emociones, desde donde se opera sobre el inconsciente de las personas, pareciera que el panóptico disciplinario evolucionó a panóptico digital, desde donde se condicionan las percepciones del hombre. Lo curioso es que, a pesar de conocer acerca de la mencionada observación permanente, esto no pareciera ser un factor de malestar o cuidado. Todo lo contrario, es el propio ser humano el que contribuye para que este fenómeno ocurra y se expanda desnudándose y exponiéndose. “En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”, dice Byung Chul Han en Psicopolítica.  En contraste con el utópico propósito de Jim Morrison, en el juego actual, mientras las emociones son la llave, las percepciones son la puerta de entrada para hacer del ser humano un producto mensurable, cuantificable y previsible.

*Pues tal como menciona Enzo Traverso, ese ese fue en líneas generales el mensaje recogido de la caída del muro de Berlín y la URSS

**Para tal fin, sería clave trabajar sobre dos aspectos clave: amor y respeto”.

¿Acuerdo en la era de la fragmentación?

Por Pablo Orcinoli para El Economista. “Siento, luego existo”, afirmaba Germán Daffunchio, líder de Las Pelotas, antes que lo digital irrumpiera drásticamente para modificar costumbres y patrones de comportamiento. Sin imaginárselo, aquel enroque de palabras, que pretende aggiornar el planteamiento original que René Descartes hizo para describir el racionalismo occidental en el Siglo XVII, podría entenderse como una correcta apreciación de este momento histórico. La velocidad de la digitalización, sustentada en su eficiencia panóptica, permite interpretar, desnudar al sujeto y convertirlo en producto.
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Pymes: construir reputación con anclaje en el propósito

Por Pablo Orcinoli para El Economista. Alcanzar una visión sistémica y congruente de la comunicación es condición sine qua non para diferenciarse. Esto tiene que ver con lograr una correlación entre el decir y el hacer, un alineamiento entre la comunicación interna y externa, y un enfoque que resalte el propósito de la organización: es decir, desde adentro hacia afuera.
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La grieta digital: Inclusión o fragmentación

Por Pablo Orcinoli para Alzas y Bajas. La creciente digita (liza) ción de la vida permite generar discursos a gusto de un consumidor que se fragmenta en una suerte de carrera de adhesiones y oposiciones. En un mundo en donde las emociones prevalecen, entender las partes en detrimento del todo parece ser la tendencia. ¿Qué consecuencias tiene esto para el arribo a consensos o síntesis? ¿Quién o qué produce sentido? ¿Qué lugar ocupa en sujeto hoy? ¿Estamos en la era de la inclusión o de la fragmentación?